"Un arte callado", el libro póstumo del poeta Joaquín Giannuzzi (1924-2004), publicado por Ediciones del Dock.
Un estrecho vecino de nuestro tiempo y sus espantos que entre luces y sombras obligó a sacar cuentas en el tiempo terráqueo, porque la eternidad no permite contemplar errores. Escribió como un silencioso profeta, el hombre común, el pequeño hombrecito, el tipo de la esquina, el argentino contemporáneo, el habitante de la orfandad ideológica y tecnológica.
Bosquejó un mundo con un Dios severo y frío, en un patrón rígido, que no distingue un rostro entre los millones de rostros… donde la esperanza no figura en la tumba del tripulante del barco petrolero que solo era un esclavo, un obrero, un número más, como todos los hijos de esta época que pretende convertirnos en una máquina de producir. El tripulante contaminado ya no puede lavarse, todo en él “fluye oscuro” su historia es vida ofrendada a la creación de este mundo grandioso edificado sobre las espaldas de las mentes brillantes, de los santos inocentes, de la clase obrera y donde los sedientos perdieron al Altísimo en la decisión de construir en la materia ambiciosa… “ocupados en su progreso individual”
Gianuzzi va develando el paradigma del progreso y el “ascenso de la insignificancia” sin entregarse a utopías heroicas. En su práctica insoslayable de la dorada medianía mantuvo una sufrida posición, pero nuevas generaciones de poetas agradecen esa soberbia libertad. Purifica saber de donde venimos… leerlo es una experiencia de este desamparo.
Un sinceramiento que devela las promesas incumplidas del progreso ilimitado. En el que creímos y crecimos. Las derechas marcharon hasta el holocausto en su afán de orden y progreso… y sus víctimas tambien fueron los burgueses sin poder situados en la historia como ciudadanos “correctos, adecuados, municipales y obvios” que él describe con un potente pincel.
El hombre anónimo y oscuro , sin esperanza , absolutamente superfluo, un santo en su profunda postergación, que sostiene su arte renunciando al heroísmo de aquel que lo arriesgó todo, que practicó la irreverencia, que mordió el sexo del paraíso, que gozó la locura de la realidad, que alteró su fisiología y metió el dedo en la llaga antes de creer en la salvación… este “buen vecino” que no hizo del vacío una utopía , sino que se levantó todo los días cuando el reloj tocaba a diana , que jamás orinó, ni escupió, ni eyaculó fuera de foco, porque por respeto jamás lo haría y como dictaba su época no tuvo miedo de sí mismo ni metió mundo ni absoluto en sus venas.
Su conmoción positivista puso la razón en primer plano por eso “no arrulló entre sus brazos ninguna bomba, ni siquiera pacífica”. Esto, no le permitiría adecuarse a lo que el mandato del amor le imponía: un cotidiano obediente y entrañable en el cual el otro, su amado otro, ese que hace sonar las pulseras antes de salir, ese mortal que llora detrás de la pared, ese que “ruega redención y significado para todo” es el que lo enajena. El que espera del amor como el pantano la flor de loto. Basta el profundo compromiso levantado en la palabra, la palabra poética , tan sospechada siempre y condenada a las catacumbas, construyendo allí el lugar de lo sagrado. El otro fue para él una vocación, de amor, de servicio, de realización y de elevación. Sostenía algo casi perdido sobre la amarga trama de este tiempo, el cultivo de los vínculos del amor verdadero… Pero no hay reconocimiento o recompensa por la honradez o la inocencia, como corresponde al anonimato en las “grandes ciudades homicidas”. Ese otro que también es él mismo, exento de revelaciones pero gozoso ante los milagros, en su “balbuceo terrestre soplando pequeñas palabras” ante la inmensidad del misterio…
En el poema Magnificat pide la gloria del mundo al sentirse preñado por el milagro, el Santo Tomás en zapatillas, devotamente prisionero “este empleado del planeta: un soldado desconocido”… “que ha renunciado a conocer al juez” está deslumbrado por la música que ocupa su corazón. La carta del triunfo, la “gloria del mundo” ilumina ese “centro subjetivo” que reconoce en su poema “Es verano” “estoy a la misma distancia /de todos los puntos e instantes del horizonte circular” Desde allí entrega su testimonio. En el centro del amor y el sacrificio... Al leerlo sentimos que habla una verdad innegable, el sufrimiento y la soledad, a la vez, la certeza de no ser una partícula errante sino una constelación de partículas: la dalia, la ventana, el cerebro sano, un arte callado. Este rosario de particularidades en el que Joaquín Gianuzzi engarza una a una las perlas del instante eterno. Rosa Machado
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